viernes, julio 14, 2006

La Luz del Vampiro - Las Gafas de Sol


MI Siervo ha salido a trabajar, y como últimamente apenas duermo, me he levantado a ver la tele; pero enseguida he acabado en el sótano, ante las cuatro puertas cerradas, preguntándome si debería abrirlas a patadas. Finalmente he decidido ser prudente. ¿No te enseñan eso en el colegio? Subo arriba y observo subyugado las ventanas cerradas. Me acerco a una de ellas, corro las cortinas y miro la persiana bajada con nerviosismo; hay algunos huecos por donde entra la luz.
El tiempo se detiene. Sigo la dirección de los escasos rayos de sol que entran hasta que golpean con la pared del otro lado. Miro mi mano, el haz de luz, otra vez mi mano. Muevo los dedos. No tengo nada de miedo. Interpongo mi mano entre el rayo de luz y la pared, esperando que éste la atraviese, y que el miembro con el que solía masturbarme antes de mi nueva vida, comenzase a arder y se carbonizase…
No pasa nada. Sólo un poquito de calor.
Subo entonces la persiana hasta arriba y sí, la luz me hace daño; pero me pregunto si no será porque hace mucho tiempo que no nos enfrentamos cara a cara. Me protejo los ojos con el brazo, siento el calor del sol. Es completamente diferente a lo que era antes. Parece como si la estrella se hubiese aproximado a la Tierra unos cuantos miles ―o a lo mejor millones― de kilómetros. Como si en un día nublado de octubre se estuviese a más de treinta grados a la sombra.
Que extraño, a lo mejor lo que me pasa es que me estoy muriendo.
No, lo que pasa es que estoy sudando a chorros.
Me aparto de la luz y sonrío, luego me digo que mi Siervo me oculta demasiadas cosas. Pero bueno, yo también, ¿no? Esta noche voy a comprarme unas gafas de sol, de las caras. Me digo que a partir de ahora voy a disfrutar como nadie de los días nublados.
Mientras las primeras gotas de sudor resbalan por mi nariz, siento que pierdo parte de mi fuerza vital, parte de mis nuevos adquiridos poderes. Entonces, cuando toda esa fuerza me abandona, me siento otra vez humano: vacío y solo. Ya no tengo esa agobiante sensación de calor. Vuelvo a ser un adolescente complicado en casa de un extraño. Y sigo sin tener miedo por primera vez en mucho tiempo.
Bajo la persiana. El sol se apaga y todo vuelve a ser como antes. Siento las dos filas de dientes que emergen y me recorre de arriba abajo esa sensación de inmunidad total que tanto me agradaba. Tengo ganas de saltar, de bailar. Soy un ser perfecto, dueño de mi mismo y de las mentes de los demás. Me podría forrar como psiquiatra o, más sencillo, sólo tendría que acercarme una noche al hombre más rico del mundo y decirle en voz baja:
―Dame todo lo que tengas, ahora es mío.
Me río. Mis carcajadas son tremendas, descompasadas, perniciosas, egoístas, sublimes, eternas. Por primera vez en mucho tiempo, la felicidad que me llena, nunca se contagiará de ningún rubor.
Pero todavía quedan muchas preguntas.
Y vuelvo al sótano. Iba a abrir a patas las puertas, que pienso, esconden todas las respuestas; sin embargo pienso:
Para que vas a utilizar la fuerza, usa el cerebro.
Y eso hago. Me imagino que las cerraduras ceden y un par de segundos más tarde, las cuatro puertas están abiertas. Las cerraduras producen un ruidillo muy cachondo cuando los chaspillos ceden. Sonrío, me río; me encanta mi poder. Camino entre saltitos y medio bailes hasta una de las puertas, canturreando me pregunto:
¿Qué habrá detrás?
Me encuentro en una habitación pequeña. Hay una cama sin sábanas, una pequeña lámpara de pie y un armario. Cuando lo abro veo que está lleno de juegos de cama de color blanco. Pienso que es muy higiénico mi Siervo de Criaturas Nocturnas cambiando las sábanas después de cada sesión de necrofilia. Y allí no hay nada más que ver. Salgo de la habitación y me dirijo a la segunda puerta. Se trata de una biblioteca. Todas las paredes están forradas de estanterías repletas de libros. Cuando leo los títulos, me quedo perplejo al ver que la mayoría están en latín, en árabe y otros idiomas que desconozco; no comprendo nada. En el centro de la habitación hay un escritorio, sobre él hay un ordenador portátil cerrado, y a su lado, un par de libros antiguos. No sé nada de idiomas, pero creo que tengo tiempo para aprender. No sé nada de idiomas, decía; pero en uno de los libros se distingue clara un apalabra: Baphomet. ¿Ese no era uno de los nombres del diablo? Lucifer, Satanás, Baphomet; ¿Qué más da? Salgo de la biblioteca y me dirijo a la tercera puerta. Ciento como si un gusanillo muy raro, se comiera despacio mi estómago… sin embargo, cuando me adentro en la nueva habitación, no estoy nada sorprendido al comprobar que se trata de una especie de capilla. Frente a mí hay un altar, y sobre este, un libro cerrado y dos candelabros con las velas a medio consumir. En la pared, un cuadro de una figura demoníaca me sonríe. El demonio en cuestión tiene unos largos cuernos de cabra. Sus orejas tampoco son humanas. No sé, me recuerdan a las de un caballo. Tiene la cara tapada por una máscara de oro, muy equina también y una gran barba roja. De su espalda emergen dos alas blancas, como las de un ángel. Tiene cuerpo de mujer, o por lo menos eso es lo que sugieren dos bonitos pechos. Una de sus manos, parece señalar una media luna, la otra apunta al suelo. En su regazo, dos serpientes, parecen subir engarzadas, por lo que parece un bastón o un cetro; de fondo aparece una especie de árbol y un arco iris. No hay nada escrito, sin embargo, se que se trata de Baphomet y me doy cuenta de que me infunde un gran respeto, incluso estoy a punto de arrodillarme; pero luego pienso si no seré yo mismo Baphomet, y el gusanillo que se pone las botas en mi estómago, ataca de nuevo. Vuelvo la mirada hacia una de las paredes y observo un fresco realizado sobre ésta. Se trata de una pirámide trucada en un oasis, y sobre ésta, un ojo egipcio. Muy bonito. En la otra pared hay pintados trece círculos concéntricos. Lo sé porque están numerados del I al XIII. La última habitación es un lugar carente de cordura. Lo digo porque está llena de huesos. Y sé que todos pertenecen a las mujeres que ido trayendo en los últimos meses a mi Siervo. Se que es muy poco tiempo para que todas se queden así. Me pregunto, por lo tanto, rascándome la barbilla con interés; que será lo que coma el odontólogo. Sea lo que sea, sé que el hijo de puta se hincha. El osario está muy bien recogidito y ordenado: Cráneos con cráneos, fémures con fémures… Y cada grupo ocupando su espacio en el cuarto: Los cráneos arriba, las costillas y esternones en el centro, los pies en el suelo. Como si quisiera crear un superesqueleto alrededor de las cuatro paredes. Una palabra me viene a la cabeza y no se por qué, es esta: estratos. Me empieza a entrar sueño, mejor me acuesto, seguro que esta noche tengo un hambre que me muero. ¡Qué bueno haber superado mi problema de insomnio! ¡Y sin ir a médicos!

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