jueves, septiembre 06, 2007

Nadia

Cuando eramos pequeños y salíamos de misa, recuerdo como íbamos corriendo a comprarnos un flash de duro para cada uno. A ella le gustaban los de fresa, a mí los de coca cola. Los dos detestábamos que de tanto chupar se se fuese todo el sabor y sólo quedase el hielo; aunque claro, también disfrutábamos con lo poquillo que se derretía y que se quedaba al fondo. Estaba tan dulce.
me gustaba ver como sus labios se imprimían de un rojo tan fuerte, tan rojo... Y me sacaba la lengua y estaba tan roja...
Sentados en un banco, a la sombra de un árbol que daba flores blancas, le ofrecí un anillo de plástico que robe de un juguete de mi hermana. Era rosa y en su parte superior brillaba un enorme diamante de plástico azul.
Se lo probó y le encajaba a la perfección. Su sonrisa también era perfecta y sus ojillos tristones se pusieron tan contentos que no dejaron de cantar los pajarillos en los árboles hasta que se acabó el verano por lo menos.
Mi sonrisa también fue perfecta. En un pequeño instante el tiempo dejó de tener una constante lineal y se transformó en una goma que se estiraba y se estiraba sin llegar a romperse.
-¿Quieres casarte conmigo? -Pregunté tan feliz como el niño que era.
-Vale, pero mañana me marcho a Madrid -Asintió ella, como niña que era.


No hay comentarios: