sábado, febrero 02, 2002

Desde Chiquitillos


Muy buenas, estoy haciendo un estudio sobre el hombre en base a sus relaciones con el sexo opuesto (vulgarmente llamado mujer), desde la infancia a la madurez mental (cuando nos casamos) y he descubierto algunas cosas interesantes.

En la infancia, los chavalines, apenas somos muy diferentes a ellas, o al menos eso creemos, hasta que un buen día nos damos cuenta de que sí que existen ciertas diferencias. A partir de ese día todo es diferente.

Es el momento en el que nos preguntamos por qué nosotros orinamos de pie y ellas lo hacen sentadas. Y las seguimos hasta los servicios, las observamos y descubrimos que despues de hacerlo, se limpian eso que nosotros nos sacudimos. Pensamos: "¡Qué pulcras!" Y nuestra única obsesión es el ver ese lugar tan limpio e impoluto. Y cuando lo hacemos, se nos queda la boca abierta ante la gran verdad: "No tienen colilla". Descubrimos entonces que mean sentadas porque de pie se mancharían y se pondrían perdidas.

Se pondrían perdidas ellas y todos los alrrededores. Así que cuando las vemos no tenemos otra opción que sentirnos superiores al poder enfocar con nuestra manguerita donde queramos; luego descubrimos que esto no es del todo cierto.

Que, ellas, cuando quieren también tiran a dar. Pero esó sí, no pueden hacer dibujitos ni caminar mientras lo hacen. Pero eso sí, a ellas les da igual porque siempre tienen las de ganar. de nada nos sirve hacer dibujitos con nuestro pipí y tirarles de las coletas porque cuando empizan a salirles los pechos y a marcar sus caderas, solemos mearnos las patas abajo. Es entonces cuando pasamos a la siguiente etapa: La Adolescencia.

Nos salen granos y pelos por todos lados, hasta en la cara. Nuestras compañeras de clase que antes jugaban con nosotros en los recreos, se separan de nosotros y se juntan entre ellas; para más inri, comienzan a maquillarse, a llevar sujetador... No tenemos otra alternativa que lanzar globos de agua hacia su camisetas y ponernos locos con sus pezoncillos. Y es que nuestras hormonas estan disparadas. El sexo esta por todas partes. Miramos la hora y vemos sexo, una pidra y vemos sexo; cualquier cosa...

Nos percatamos de que el mundo está lleno de sexo y de una verdad como la copa de un pino que no paramos de repetir a nuestros amigos:

"To las tías están buenas, macho".

Por si fuera poco, a todo esto se une el descubrimiento del kalimotxo, del tabaco, de los botellones...

Y es allí cuando comienzan a llegar los mejores tiempos, cuando ellas beben con nosotros, se emborrachan con nosotros y nos dejan que que las besemos, toquemos y se nos pongan las venillas como rabos de lagartija. Es en esa epoca cuando siempre hay alguna a la que le gusta beber más de la cuenta y nos aprovechamos de la situación. Ponemos nuestra pose de tipo chulillo y arrogante que lo puede todo con chasquear los dedos. Compramos una botella de jack Daniel's y aprovechamos la situción para perder la virginidad.

Da igual que este despierta o no.

Lo importante para nosotros es descargar nuestra adrenalina y la fuerza hormonal en un juego que no sea el clásico cinco contra uno. A veces, algunos tienen suerte y encuentran un trabajillo y la jefa se los benficia; pero eso suele pasar con la misma promiscuidad con la que nos tocan 300 kilos en la primitiva.

En conlusión, hasta que no nos hacemos novios formales y nos casamos, no solemos pracitar el sexo regularmente ( una vez a la semana ) Y todo esto lidiando con discusiones y cediendo en todo momento. Así que nuestro mejor momento con las mujeres es cuando somos niños y nos reímos de ellas porque mean sentadas y no pueden hacer dibujitos; porque más adelante somos tan presos del sexo, que nos convertimos en auténticos peleles.

Concluyendo, te cases o no, la mayoría de los sábados vas a acabar borracho y sin pillar.

El abuelo dice adiós.

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