miércoles, febrero 13, 2002

El día de San Valentín


Ya esta aquí, otro año lo mismo, otro bombardeo televisivo de colonias, perfumes y diamantes que son para siempre. Supermodelos de diferentes edades que aman con locura y regalan con locura; besos, abrazos, sonrisas sinceras, miradas cómplices; y luego el logo del corte inglés. Llega San Valentín, fijo.

Y no hay nada peor que estar novio en una fecha tan señalada, porque tú hablas con tu pareja:

"El día de los enamorados no es sino un invento de los grandes almacenes, no tendría que existir".

Y ella te dice:

"Tienes razón, prefiero un regalito para nuestro aniversario, que algo ahora en San Valentín".

Y tú, tan tranquilo, llega el día y no compras nada, es más, ni te acuerdas que ha llegado el dichoso día. Entonces tomando café con tu chica, ella te mira sonriendo y te da una cajita que contiene un frasquito enano de un perfume muy conocido y, que ha debido de costar lo suyo; porque los perfumes, cuanto más pequeño es el frasco, más cuestan.

Tú miras a tu novia con cara de sorpresa (cierto), agradecimiento (falso, porque ahora le tienes que regalar algo), le das las gracias, la cojes de las manos, un piquito también viene bien; pero un morreo es demasiado, porque por mucho que te guste la muchacha al fin y al cabo te ha regalado una colonia, y tú lo que quieres es su cuerpo todos los días, a todas horas. De hecho te haces ilusiones y crees que esa noche vas a acabar practicando sexo; pero claro, como no le has comprado nada, eso del sexo se proclama utópico. Sin embargo, eso tiene solución.

"Ya sé que dijimos no comprarnos nada para San Valentín, pero es que me han entrado arañas en el estómago y no he podido resistir la tentación".

Se explica ella con voz dulce y aterciopelada. Entonces tú, más pensando en el posible sexo que en quedar bien, le sueltas una pequeña mentira:

"Yo también te he preparado algo, pero es una sorpresa; te lo iba a dar en la cena".

"Oh, cariño; ¿me vas a invitar a cenar?"

"Claro, en Casa Palomo"

Casa Palomo, es el restaurante más caro que te puedes permitir, y como ella lo sabe te premia con una sonrisa y una mirada que te dice:

Esta noche toca, así que vete preparando, hombretón. Pero tendrás que ganartelo.

Total, que termináis de tomar café, la dejas en casa y corres como un poseso al Corte Inglés. Allí hay de todo; pero todo caro. Piensas en lo que te va a costar la cena y sales de los grandes almacenes para acabar en un mercadillo hippie comprando unos pendientes de unos delfines verdes que la dependienta te dice que dan salud y energía sexual. Lo de la salud se te olvida enseguida, pero lo otro no se te va de la cabeza. Te da igual que sean feísimos, grotescos y gigantescos, porque el sexo aplaca el sin sentido común y la inconsciencia, así que los compras por 1,50 euros. Luego llamas a tu mejor amigo y le pides prestado veinte para la cena; porque no eres sino un estudiante que vive de sus padres y por mucho 14 de febrero que sea, tienes que dejar algo para el botellón del viernes.

Tu mejor amigo, por supuesto, pasa de ti y te manda a un sucio retrete a machacártela con dos piedras de considerable tamaño. No te cabreas con él porque sabes que lo que le pasa es que tiene envidia porque no tiene novia y hace el amor mucho menos que tú; y eso te hace sentir tan bien. Aunque tu chica te deja practicar el sexo muy de tarde en tarde, por no decir de Pascuas a Ramos.

Finalmente recurres a los abuelos, le haces un ratillo la pelota, los cubres de besos, les cuentas que estás enamorado y que ella se lo merece todo y tu abuela te manda a tomar por culo. A lo mejor es porque no soporta ya a tu abuelo (tantos años juntos), o porque sabe que sólo lo haces para echar un polvo esa noche. Menos mal que tu abuelo te da las pelas, eso sí a escondidas, y te dice:

"Disfruta, que eres joven. Yo, a tu edad, para conocer a las mozas, entonces íbamos a los bailes, que así se llamaban entonces las discotecas".

"Gracias, yayo". Le cortas de improvisos y te largas tan contento.

Y te vas tan contento porque con lo que te ha dado tienes para pagar una cena del copón, los pendientes te han salido tiraos y, además de para el botellón, vas a tener para tomarte un par de copas después en el 2x1.

Llega la noche, se aproxima la hora de la cita. Te duchas, te pones nervioso, te echas gomina, te pones una camisa lisa, una corbata que te deja tu hermano, te pruebas una americaba y te das un poco de asco, te dices que con la camisa te vale, tu madre te dice: "¡Qué guapo vas, hijo!". Tu padre ni te mira, solo pregunta:

"¿Necesitas dinero?"

"Un poco", respondes reticente. Y te da un billete de 20 euros.

Joder, piensas, ya hasta me puedo pagar un hostal cutre. Y frotas las manos mentalmente, maquinando como los malvados de las películas de los cincuenta o las italianas de Romanos, y también las de Jaimito, esas son las que mas te gustan, porque aunque carecen completamente de argumento, a todas horas salen tías jamonas y muchas tetas, como en las pelis de Esteso y Pajares de la transición.

Tu madre te besa, sales de tu casa, bajas por el ascensor, y vuelves a subir y entrar en casa porque se te ha olvidado algo.

Haciendo caso de una película muy cachonda, vas al baño y te haces una gayola impresionante para, en el caso de hacer el amor esa noche con tu novia, pues seas un portento en la cama, incapaz de eyacular lo menos en tres horas; lo malo es que no suele funcionar y las horas son como mucho un cuarto de hora y raspao. Con lo cual sólo cumples y punto. Pero claro, la culpa la tinen el hacerlo tan de tarde en tarde, por no decir de Pascuas a Ramos.

Vuelves a salir de casa y a bajar por el ascensor y a subir por el ascensor y a entrar en casa y echarte el perfume que tu novia te ha regalado, hay que pensar en todos los detalles.

Una vez solucionados todos los problemas, vas a buscarla, ella está guapísima. Se ha puesto un vestidito que no tapa nada y se te cae la baba cuando la miras, además de despertar todos tus más bajos instintos, claro. La verdad es que te pasas la mitad de la cena empalmado porque a ella le ha dado por rozarte la pierna con sus pies y tú has hecho lo propio poniéndote como un general. Si has comido algo de comida ha sido por cumplir; tu lo que quieres es otra clase de alimento. Después del postre pides champán, piensas: La tiemplo un poco y le digo lo del hostal. En tu cabeza sólo hay una palabra que se repite: sexo, a lo que le siguen diferentes conceptos: Tetas, culo, coño, bragas, medias, vestido, chupar, pescao... Aprovechas para soltar unas cuantas chorradas románticonas para embriagarla:

Me quiero dejar arrastrar por el baile de nuestra felicidad, quiero poder decirte un te amo al despertar a tu lado cada mañana, y quiero servirte hasta morir amor mio.

Oigo los pasos de tu cariño, sueño con sentir un dia las caricias de tu corazón, cojo tu mano y te llevo a dar una vuelta alrededor de la belleza del amor, te quiero.

Y ella, sí que se tiempla; pero demasiado, porque no es capaz ni de tenerse en pie cuando sale de Casa Palomo. Hasta le gustaron los pendientes de delfines que le has dicho que significan amor eterno y no energía sexual. Aunque de eso no le han dado nada, la tienes que llevar a su casa, dejarla en la puerta apenas capaz de sostenerse en pie y salir corriendo para que sus padres no te echen la bulla, o peor, llamen a la policía por el estado en el que le has devuelto a su niña.

(Y es que la niña tiene un cuerpecito).

Lo más seguro que al día siguiente ella corte contigo por haberla embriagado, y no de frasecitas románticas precisamente; con lo que te ha costado la botella del champán del malo. Pero sólo piensas en que al final no vas a fornicar. Aunque bueno, por lo menos, antes, te hiciste un peazo pajote...

Como tienes dinero de sobra y ya no vas a ir al hostal cutre, te vas a un garito donde trabaja un amigo y, entre las copas que pagas, y las que te invita porque es jueves y no está el dueño; sales de allí a las seis de la mañana templao como un ajo y sin pelas para el botellón del viernes. Os tiráis, el amigo y tú, más de una hora cantando canciones de los secretos en un parque. Habéis sacado del garito a escondidas media botella de whisky y os la termináis a palo seco, hasta que amanece y veis que no estáis solos y la gente comienza a circular entre vosotros echando miradas tiesas. Entonces y sólo entonces, te vas a acostar, completamente borracho y sin pillar.

Menos mal que al día siguiente tu novia te llama muy consternada y te pide disculpas por haberse emborrachado (ilusa). Te pregunta que es lo que puede hacer para que la perdones y, a pesar de la resaca, sólo una idea acampa en tu cerebro a sus anchas. Quedas con tu novia dentro de un rato y te preparas, entras al baño y te haces una gayola del diez para rendir al doscientos por ciento.

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