martes, junio 06, 2006

La Luz del Vampiro - El Siervo de Criaturas Nocturnas



ME presento en la calle Amargura con la cabeza llena de dudas. Me he preguntado incesantemente si algún día moriré, si seré realmente inmortal. En el segundo de los casos, ¿qué vida me espera?

Llamo al timbre del bajo del número seis: e suna puerta de madera barnizada con un color que se acerca mucho al granate. Hasta que no he llamado cuatro veces no he obtenido respuesta. Y ya estaba a punto de irme, cuando ese señor tan feo que vino a casa el otro día, abrió la puerta con una sonrisa.

―¡Oh, es usted! Siento haberle hecho esperar ―me dice disculpándose. Lleva puesto un albornoz blanco con rayas verdes. Se le nota un tanto excitado. Le observo con la quietud de quien espera un respuesta.

―hoy he visto su tarjeta ―miento mientras le muestro una sonrisa fría.

―Pero pase, pase; no se quede ahí ―me invita solícito―. Perdone mi tardanza en abrir la puerta, pero es que acababa de ver una película de Pajares y Esteso; y ya sabe como son las cosas: he tenido que ir a masturbarme.

―Claro, claro, lo comprendo, no se preocupe.

Me introduzco en el hogar de aquel dentista, me conduce hasta la sala de estar y allí, tomo asiento en un mullido sofá. He pensado divertido, que acababa de invitar a un vampiro, a un demonio de la noche; a su cálido y acogedor hogar. Según cuentan las historias ya podía ir cuando quisiera… morderle cuando me viniese en gana. Nunca había matado a un hombre.

¿A qué saben los hombres?

Muestro entonces una sonrisa que, a su vez, enseña mis dos filas de dientes, mis pupilas se tornan diminutas y felinas; sin embargo él Siervo, ni siquiera parpadea.

―Esperaba que viniese ―dice, alejándose hasta otra habitación, que según percibo por el alicatado de la pared, debe ser la cocina.

―Tenía esto en la nevera para cuando estuviese aquí ―continua cuando regresa. En su mano sostiene un vaso de tubo cuyo contenido es: tres cuartos de sangre, y el resto, aire.

Después de probar el líquido rojo, bien fresquito y comprobar que se trata de sangre humana; él sonríe.

―Sabe que se llama igual que ese actor bajito que siempre habla gritando ―digo cómodo.

―Sí, claro ―asiente el señor González―. Un gran actor, por cierto.

― ¿Por qué estoy aquí? ―Pregunto interesado.

Me mira de arriba abajo, la sonrisa no se le va de la boca.

―Verá, sé que es usted nuevo en las lides del vampirismo, y bueno; necesitar sangre para vivir no es tarea fácil en este siglo. Es la era de la comunicación, ¿sabe usted? Basta con que alguien vea algo y sería su fin. Seguro que le saldrían Matavampiros de hasta debajo de las piedras. Así que me gustaría ser su Siervo.

― ¿El que se come los bichos? ―Pregunto arqueando las cejas.

―Verá, sé que le resulta extralo, pero mis intenciones son totalmente lucrativas ―se explica el Siervo de Criaturas Nocturnas―. Bueno, verá usted… Es que a mí me encanta practicar la necrofilia; pero soy incapaz de matar a una mosca, y claro… me resulta difícil practicar mi gran afición. Sin embargo, y aunque no lo crea, tengo buena mano con las mujeres. Convenzo enseguida a bellezas increíbles a cenar, a bailar; hasta me las beneficio sexualmente. Creo que tiene mucho que ver con mi profesión, puesto que soy un odontólogo afamado.

―¿Sí? ―Pregunto con suspicacia. Lo miro, con lo feo que es… y yo no era capaz de llevarme a la cama a la clásica tontina que se toma tres copas y no sabe lo que hace.

―Las muy guarras sólo me quieren por mi dinero; pero yo me las follo y las doy boleto.

Los dos nos reímos. Claro, ya se entiende, yo no tenía ni para pagarle a la tontina esas tres copas.

―¿Qué quiere de mí? ¿Qué sea yo quien las mate? ―Pregunto, sin embargo ya se cual va a ser su respuesta.

―Yo le doy alojamiento gratuito, un bienestar económico y comida a cambio de practicar mi hobby. Recuerde que su situación no es muy halagüeña; sus padres de pudren en su casa y no puede combinar un trabajo normal con su vida nocturna. Tampoco sé de cuanto dinero dispone actualmente, sin embargo, por su temprana edad, no creo que sea mucho.

Lo miro, me rasco la barbilla.

―Vale ―acepto su propuesta―, seremos como dos organismos en simbiosis.

―Veo que aprobó ciencias naturales en el instituto.

― No, National Geoghraphic.

Arquea las cejas.

―En la dos ―me explico.

Claro.

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