sábado, junio 24, 2006

La Luz del Vampiro - A Hurtadillas


MI Siervo se ha marchado a su trabajo hace quince minutos. Es de día, pero yo sigo despierto. Para ser sincero, desde que provoqué el último aliento de Isabel de la Rosa, duermo muy poco. Veo ese cuello largo, altivo, perfecto. Veo las curvas de una guitarra cuyas cuerdas son rasgadas por una mano maestra, acompañadas por una voz desgarradora. Siento el perfume emanar de entre su escote, produciéndome un escozor en el estómago.
«Es escozor
me digoporque está muerta».
Me pregunto temeroso si no me habré enamorado. Si eso fuera así, si fuera posible, ya sería un amor imposible. Somos necedad, aunque tengamos ante nuestras narices el Santo Grial, somos incapaces de alcanzarlo si no es con la ayuda de un ciego sin su perro guía.
A hurtadillas me levanto de mi cama, abro un poco la puerta de mi cuarto dejando una rendija. Descubro que todas las ventanas de la casa están cerradas a cal y canto, guardándome del sol. Despacio, recorro la casa y me siento en el sofá. Pongo la tele y miro pasmado la novela venezolana de turno. Los recuerdos asaltan mi cerebro, trayendo imágenes de cuando sólo era un adolescente con granos que iba al instituto cuando no hacía novillos, que tomaba cervezas con los amigos en los bares donde ponían las mejores tapas, que por la noche iba a los garitos donde iban más mujeres. Sonrío, ¿será posible que tenga morriña? Ahora soy inmortal, puedo controlar las mentes de las personas, hacerle el amor a la mujer que se me antoje, sin encontrar resistencia alguna por su parte si me da la gana. Joder, hasta puedo volar, y estoy aquí sentado viendo por la tele una discusión entre Ana Vanesa y Joaquín Alberto. No me comía así la cabeza desde que me dejó mi primera novia por un tío, al que cuando se emborrachaba, le gustaba quitarse la ropa en público. Pero no debe ser eso. No te puedes enamorar de una chica sin conocerla, sin apenas hablar con ella… no. Me siento mal por otra cosa.
Me incorporo y paseo por la casa. De pronto me encuentro ante la puerta que da al sótano. ¿Qué guardará allí mi Siervo? ¿A Isabel de la Rosa en una nevera?

Seguro que tiene allí a todas las mujeres que ha matado, enterradas en una fosa común, para que cuando dentro de quinientos años, cuando este edificio ya no exista; unos arqueólogos encuentren los cadáveres y los estudien. ¿descubrirán que fue un vampiro el que los aniquiló? ¿Se imaginarán tan siquiera que después de muertas, un dentista feúcho de postín, se las tiraba?
Giro el pomo y la puerta cede. Miro con curiosidad una escalera de caracol que baja y me pregunto, no sin cierta ironía, por qué tiene que ser de caracol. Me respondo que mi Siervo, además de ser un pervertido, ha visto muchas películas de terror clásicas, igual que yo. Me parece que en la de los Crímenes del Museo de Cera, se accedía al sótano donde se hacían las figuras, por medio de dicha escalera. En Vértigo, se subía al campanario por una de ellas y, bueno, en La Escalera de Caracol, las palabras sobran.
Despreocupadamente, bajo la escalera y llego a una sala circular con cuatro puertas. En cada una de ellas hay inscrito un símbolo extraño. Me recuerdan a las runas del Señor de los Anillos. Miro el suelo, allí también hay algo inscrito; es uno de esos círculos que salen en las películas desde los que invocan al demonio, y dentro, una estrella que se parece a la hebrea; pero no es igual, los triángulos no son equiláteros.
A oscuras, veo todo eso claramente, pero todo en una triste escala de grises; así que busco el interruptor, cuando lo encuentro y lo acciono; me quedo con la boca abierta. Las paredes están alicatas hasta el techo con baldosas negras, las puertas son de un rojo brillante y los símbolos del mimo color que las puertas; pero el suelo es impresionante. Es como un mosaico romano, con baldosas de diferentes tamaños que encajan como un puzzle; y como en las paredes, de un mero mate con el círculo y la estrella en rojo. Me acuerdo de las palabras de Isabel de la Rosa llamando a Baltasar y diciéndole que estaba harta de esos asuntos de logias.
«Una logia
me digo, debe ser como una secta o algo así. Mi Siervo debe de estar metido en alguna, igual que de alguna manera Isabel. A lo mejor hizo algo que no debía y por eso la maté. Si fue así he sido utilizado como una marioneta. Quizá mi Siervo no me encontró por casualidad. Entonces no es mi Siervo, sino que lo soy yo».
Por primera vez en mucho tiempo me estremezco, si eso fuera así… Y si yo no fuera el único. ¿Habría más como yo y más Siervos? ¿Dónde?
Salgo del sótano y vuelvo al sofá. Me cuestiono: ¿Por qué he tardado tanto en hacerme esas preguntas? ¿Tan embelesado estaba con la sangre y el sexo? Creo que sí. También a los hombres mortales se les engaña a partir de drogas y clítoris calientes. Y yo…
bueno… ¿Qué soy yo?
De nuevo bajo al sótano, intento averiguar lo que se esconde detrás de cada una de las cuatro puertas; pero están cerradas. Me digo que lo tengo que saber.
Estar al corriente de todo.
Mientras tanto, me acorralo con preguntas existenciales:
¿Quién soy realmente? ¿de donde vengo? ¿Qué soy?
Debo estar madurando.

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