viernes, junio 30, 2006

La Luz del Vampiro - Regreso a Casa


HE tenido que entrar por la ventana porque en la puerta la policía ha puesto uno de esos precintos fabricados a partir de cinta adhesiva. Mis padres ya no estaban en la bañera. Habían limpiado la sangre y se había ido parte de ese olor a cena de caníbales. No sé, pero me parece que me deben de estar buscando como el principal sospechoso de las muertes. Lo cierto es que no sé si fui yo quien lo hizo, no lo recuerdo. Tengo importantes lagunas emergiendo al principio de esta nueva vida. Voy a mi cuarto, observo los pósteres de las paredes. Cuando me fui a vivir con mi Siervo, sólo cogí la ropa. Pensé, que esas láminas de grupos musícale y divas del cine y la moda, no me iban a hacer falta. No me equivocaba. No me dicen nada; es como si pertenecieran a un pasado muy lejano. Me quedo observando, un par de minutos pensativo, el póster de Isabel de la Rosa. Está esplendida, vestida tan sólo con un bikini rojo; tan sencillo como escueto. En su mano derecha sostiene una pistola enorme, quien me iba a decir a mí… Y me sale una risita tétrica de lo más profundo de mi alma. Creo que tanto poder se me está subiendo a la cabeza. Me tumbo en la cama y me imagino que no ha pasado nada, que sigo siendo el mismo de antes; un chico al que todo le da igual salvo los granos de su cara y morirse virgen. Sonrío. Pero en seguida me canso. ¿Cómo fue dejar de ser un mozo? ¿Quién mató a mis padres? ¿Fui yo? ¿Eran realmente mis padres? Algo me decía que no. ¿Si no eran mis padres, quienes son los verdaderos? ¿Son como yo? No recordaba que ningún vampiro me mordiese ni chupara la sangre. No recuerdo haber muerto, y ni mucho menos, tengo la marca de dos colmillos en mi yugular. De hecho, cuando me alimento, dejo el cuello de mis víctimas prácticamente irreconocible. Si he de ser sincero, a la mayoría las dejo sin cabeza. ¿Entonces? Entonces hay un hecho, y es que soy un vampiro porque me alimento de sangre, que extraigo principalmente de mujeres lozanas que después mueren. Que yo sepa no se convierten en vampiresas. También dispongo de ciertos poderes: Vuelo, tengo bastante fuerza, domino las mentes de las personas. Eso sí, de momento, ya veremos si podré; no me puedo transformar en murciélago, lobo o humo. Hasta ahí bien, pero: ¿me dan miedo los crucifijos? Voy hasta el cuarto de mis padres y observo a Jesús clavado en la cruz con cara de pena. No me pasa nada, no siento nada, incluso lo toco. No quema, no mata. Siento un vuelco en el estómago y, con agilidad, salto por la ventana de mi antigua casa y busco una iglesia. A las cuatro de la madrugada está cerrada, pero de una patada, abro una de las puertas y me adentro en lo que debería ser la fortaleza de mi enemigo. Tardo un poco, pero al final introduzco mi mano en la pila del agua bendita. No pasa nada, hasta me santiguo. Camino por el coro en dirección al altar principal. Estoy tranquilo y no siento nada de miedo. Observo las imágenes de los santos iluminados por la luz de las velas en sus pequeños altares. Me doy cuanta de que son sólo figuras de cerámica o madera a escala. En el altar principal me detengo frente a Jesús crucificado a tamaño natural y siento lo mismo que un poco antes en mi casa: Nada. Bueno, quizá un poco de pena. El hombre sufrió lo suyo. Me vuelvo despacio y salgo de allí. Es una pena que Dios no exista. Pero yo sí; ¿por qué? Mi cerebro se llena de preguntas y eso abre mi apetito. Dentro de un par de horas amanecerá, he de darme prisa. ¿Me matará la luz del sol? ¿Me atreveré a comprobarlo? Esta noche, de momento, no. Después de comer entra un sopor muy agradable.

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