viernes, mayo 26, 2006

La Luz del Vampiro: "De Compras"


ANTES venía mucho a comprar por aquí. Me gustaba porque trabajaba de cajera una chica muy bonita. ¿No os ha ocurrido, a veces, que ves a una chica y quedas prendado de ella sin saber por qué? Pues bien, la que trabajaba en este hipermercado, daba la impresión de haber nacido única y exclusivamente para mí.
Me encantaba observarla mientras pasaba los productos por el escáner, mirar sus ojos mientras comprobaban que el precio que marcaba el ordenador, se ajustaba al producto que sostenía entres sus finas manos. Observaba con deleite, como luego, dejaba caer el producto por la rampa donde los clientes lo embutían en bolsas con el logotipo del Pryca.
Sus ojos atendían a todo y en todo momento era la reina de su caja. Vestida con esa falda verde oscuro y esa camisa blanca con corbata a juego con la falda, la chapita con su nombre… El pelo siempre recogido en un moño, esas manos tan finas, su delicado rostro de diosa griega. No sé por qué, pero nunca me solía fijar en su trasero ―un poco rechoncho―, ni en sus pechos ―posiblemente caídos. Y cuando hablaba, ¡joder! Entonces sí que se me caía el mundo encima. Esa voz, que para otro podía ser átona e impersonal, para mí procedía de un Ángel a la vera del Señor. Y lo más importante: siempre, cuando me devolvía el cambio, me daba las gracias.
Pero ahora ya no trabajaba allí.
He dado, como siempre, una vuelta por la zona de lencería. Luego he ido a ver los tiburones a la pescadería. Me intrica como un animal tan depredador y cabrón como el tiburón, pueda acabar degollado sobre un mostrador. No es justo, cuando pruebas a ser tú mismo el depredador, nunca piensas que te van a atrapar; sólo cuando has terminado te entra el gusanillo y preguntas:
¿Y si me ven?
Pero eso también me ocurre cuando orino en la calle sin estar borracho.
Bueno, cuando orinaba, claro. Ahora ya no tengo necesidades fisiológicas, salvo el hambre, por supuesto.
Y estoy en el Pryca porque otra vez me ha entrado el hambre y enseguida he pensado en mi cajera favorita; pero van a cerrar y no la he visto. No sé que coño voy a comerme hoy, y paradójicamente, estoy rodeado de comida por todos lados; lamentablemente no es la clase de sustento que necesito.
Para disimular, he cogido una tableta de chocolate; pero la he vuelto a dejar porque no tengo dinero. Y tomo conciencia de que ese es otro problema. Una cosa es que necesite sangre para vivir; pero sin el dinero esa vida sería asquerosa. Pensé que podía hacer dos cosas: o bien robarlo, o bien trabajar; pero lo segundo no me convence porque debía de ser un trabajo nocturno y no podría comer si estoy trabajando. Eso de comer en el trabajo, no me convence tampoco, al final te acaban pillando y no…
Me quedo mirando la estantería de las coca-colas. Pongo cara de bobo.
«Eso si que es una multinacional ―me digo―. ¿Cómo podría ganar tanto dinero como ellos? Tendría que ver a Agustín González, el odontólogo y Siervo de Criaturas Nocturnas, quizás él pueda ayudarme».
Pero lo primero es lo primero. Salgo del hipermercado. Mientras camino por el parking semidesierto, escucho a una madre hablar con su niña. Me acerco y observo con cuidado la tierna escena de una madre arreglándole la ropita a su niña de unos nueve años.
¿A qué saben las niñas? Me pregunto.

No hay comentarios: