sábado, mayo 13, 2006

La Luz del Vampiro - El Baile


ESTA noche me he vestido para la ocasión, me he puesto elegante. He sacado del armario el traje que me compré para la boda de mi mejor amigo. Sólo en su boda me puse traje, era una cuestión de amistad.

Junto con el traje, que me estaba un poco pequeño, he sacado una corbata a juego con multitud de rayas horizontales grises y blancas. En un cajón he encontrado unos calcetines negros de esos que parecen medias y, que junto a unos zapatos de cordones que me apretaban un poco, hacían de mi persona alguien diferente.

«Caramba ―me digo―, si hasta pareces un vampiro de verdad, de los de las películas de los setenta».

Sonrío ante el espejo, es mentira eso que dicen que no nos podemos reflejan en ellos. Yo creo que lo que ocurre es que a veces nos da un poco de desconsuelo contemplarnos en nuestra forma original.

Enseguida escondo mi sonrisa de dos filas de dientes. Me concentro y mis rasgos demoníacos se tornan en lo que fui antes: Un adolescente palillero lleno de granos. Me pregunto, amargado, si mi nuevo estado no será a la larga peor que el anterior. No sé, pero estos dos cuernecillos que me salen de las sienes, me gustan. No son tan desoladores como el hocico chato de enormes orificios, mis orejas puntiagudas o mis cuatro tetillas.

¡Al diablo! Hoy voy de guay. Voy al baile.

Salgo de casa con la sonrisa puesta, como en la canción de Tequila. Me permito el lujo de ir en taxi en vez de volando, como solía hacer. Iba al baile.

Subo las escaleras del hall del hotel hasta el salón de baile entre agitado y nervioso. Siento, como unas tras otra, me invaden distintas oleadas de sentimientos encontrados que ni me acordaba que tenía. Entonces entro en el salón y todo cambia.

Hay multitud de señoritas, muchas bailan acompañadas de un galán; pero muchas otras, esperan sentadas en enormes tresillos de la época victoriana.

Al principio me invade la vergüenza y hago gala de una espantosa timidez.

«Tranquilo ―me digo―, no pasa nada, sólo es un baile».

Sin embargo, luego, tengo que concentrarme al máximo para que mis rasgos vampiros no salgan al exterior. Siento que mis cuernecillos desean emerger. Mi boca comienza a manar saliva en torrentes de deseo hacia todas aquellas doncellas. Así que hago lo que un hombre que ya no lo es hace en estos casos: salgo al balcón a tomar el aire fresco.

Miro la luna. Está tan grande, tan amarilla. Las dos filas de dientes asoman por mi mandíbula con desahogo, mis pupilas se tornan mínimas y rojas como la sangre; los cuernecillos asoman, mis uñas y entrecejo comienzan a crecer de forma irremediable. Mi nariz se convierte en hocico, y hasta tengo una erección; mi pene de treinta centímetros se pelea con unos calzoncillos clásicos abanderado.

Una exuberante sensación me inunda:

El hambre.

Es un apetito voraz. ¡Malditas doncellas! Intento que mi cuerpo se sosiegue, mas no lo consigo; entonces pienso:

Salta por el balcón. Vuela hasta un sucio callejón y arremete contra un escuálido gato.

Pero, soy incapaz de hacerlo al escuchar una dulce voz a mis espaldas. Aquella voz corta el aire con una canción de deseo y pasión desmesurada.

―¡Joder! ¡Qué calor hace ahí dentro! Los de este hotel son unos rácanos no se gastan nada en aire acondicionado. ¡Qué estamos en agosto!

Me vuelvo entonces. Mi saliva chorrea por mi boca tal que me hubieran instalado allí dentro una boca de incendios. El glande de mi pene emerge por la cintura del pantalón enrojecido y palpitante, como presa de un rubor juvenil. Mis ojos inyectados observan a esa mujer de enorme culo y pechos pequeños encasquetada en un traje de noche que le esta como dos tallas más pequeño. Lleva el pelo recogido, dejando su cuello completamente descubierto. Da la impresión de que se dilata y contrae a un ritmo frenético. Es que me esta llamando a gritos:

¡Ven, cómeme, te estoy esperando!

Ella me observa pálida, incapaz de moverse. Sólo una agitada respiración es lo que sus pulmones son capaces de hacer. Por un instante pienso que de tanto respirar le va a explotar el vestido.

Me mata el hambre.

De un salto, me encaramo a su cuello. Ella reacciona entonces e intenta zafarse de mi abrazo letal; pero enseguida mi fuerza la consume. De un bocado, le arranco medio cuello. La sangre caliente golpea mi cara, se introduce en mi boca; mi lengua es un océano infinito de sensaciones placenteras. Comienzo a beber de aquel manantial hasta que se agota. Siento como las fuerzas de mi victima menguan paulatinamente hasta llegar a ser un trapo entre mis garras.

Lo había conseguido, por fin había perdido mi virginidad. No es como lo había imaginado en un principio; es mucho mejor. Ha valido la pena.

Escucho entonces ruidos de pasos tras de mí. Abandono mi presa y salto por el balcón. Tengo que ir a estos bailes de solteros más a menudo. Ya me lo decía la gente:

Debes relacionarte, no te cohíbas, échale morro a la vida. Se un tío chulo, como tu padre.

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