miércoles, noviembre 08, 2006

Diario de un erasmus: día 46

Oxford

El trabajo me ha tenido super liado estas últimas semanas y no he tenido tiempo para hacer muchas cosas. Una de ellas era, sin duda, hablaros acerca de esta mítica ciudad inglesa.

El Sábado 28 de Octubre hicimos un viaje a Oxford. La universidad organiza viajes, muy de vez en cuando, proporcionando un autobus a un módico precio. Así pues, por tan sólo 10 libras un autobus nos dejó al sur de la pequeña Oxford. En cuanto a superficie creo que es más pequeña incluso que Portsmouth, pero tiene mayor densidad de población. Lo mismo ocurre con sus edificios y cada pocos pasos te encuentras una fachada impresionante de la prestigiosa y famosa universidad de Oxford. El río, en el que se desarrollan las conocidas carreras que tanta rivalidad despiertan entre la universidad de Oxford y su eterna rival, no pasa por el centro de la ciudad y su caudal es el mismo que nutre la capital del país. Efectivamente, el Thames o Támesis discurre tanto por Oxford como por Londres llevando hasta la corona del antiguo imperio toda la magia que sus aguas recogen en su paso por la ilustre villa.

Es curioso, pero parece que el paso de los años hayan convertido a Oxford en una ciudad únicamente para estudiantes y por las calles se respira la cultura que estos transmiten. Los edificios de planta moderna destinados a albergar las titulaciones de ciencias modernas se encuentran en las afueras y son pocos comparados con el gran número de edificios históricos que sirven para impartir humanidades y ciencias clásicas. Al entrar al patio interior de uno de ellos y preguntar a un estudiante de origen indio, nos sorprendió el perfecto inglés fluido con el que nos contó que en casi todos los edificios se destinaba la planta superior para viviendas a estudiantes y la planta inferior para las clases. ¿Os imaginais levantaros una de tantas mañanas y bajar las escaleras para empezar las clases? O rizando el rizo... ¿bajar a dar clases en pijama?

Así pues, con ese ambiente tan intelectual, era normal que la gente en la calle nos mirase a mi compañero de viaje y a mi de manera tan desconfiada. Ndalo, un portugués de origen africano, llevaba prendas sueltas sobre las que se colgaba una vieja mochila. Yo, intentado curarme unas molestias de garganta, iba con la braga enfundada hasta las orejas y el pelo cayéndome sobre los ojos. Sobre mi vieja cazadora cargaba la maleta del portátil que me sirve de mochila improvisada ante mi descuido al olvidar traer una cartera. Ndalo estuvo muy acertado cuando me comentó: "Mira, seguro que van pensando que tramarán ese negro y el gitano".

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